martes, 28 de septiembre de 2010

Georg Trakl: la creación de un mito personal


“¡Cuánta maldad existe en el mundo,
 cuánta locura en el mal y
 cuánta gente sumida en la locura!”
Carta de Georg Trakl a Buschbeck (1912)

  Tras la declaración de guerra del Imperio Austro-Húngaro a Serbia, el conflicto con Rusia y el estallido de la Primer Guerra Mundial, el poeta austríaco Georg Trakl (1887- 1914) , considerado uno de los primeros poetas expresionistas, se enrola como oficial médico en la conocida batalla de Grodek. Hecho que le brindó la dura y amarga experiencia del sufrimiento humano, la corrupción y degradación del mundo; que pronto construyeron en él un mito personal, un mundo propio, interior. Nutrido de la transformación de la humanidad con el estallido de la guerra, de los sentimientos de terror y desesperación ante la magnitud de las acciones del hombre, Trakl consolida en la poesía una seria de imágenes, frases, espacios y tópicos que pronto se vuelven su firma personal. 

Su lenguaje busca reinventarse, no imita las palabras, evidencia la imposibilidad de abarcar la multitud de impresiones, la imposición de los objetos sobre el hombre, la pérdida del sentido de la realidad. Su poesía se llena de símbolos propios, referencias interiores, y : “la dificultad de descifrar ese lenguaje, reconocida por el filósofo Ludwig Wittgenstein en una frase que revela cierta confusión y no menos penetración: ‘Yo no llego a entender la poesía de Trakl, pero su lenguaje me deslumbra, y es lo que mejor idea me da de lo que es el genio’”[1].
Inserto en el movimiento expresionista, su poesía responde a lo que en 1918 K. Edschmid postuló en su ensayo “El mundo ya existe. No tiene sentido repetirlo (Expressionismus in der Dichtung). En él: “enfatiza la creación de una nueva realidad desde el interior del poeta[…]el poeta busca la ‘esencia’ y no la superficie de las cosas”[2]
El mito personal de Trakl responde, pues, a dicha afirmación. En él encontramos la salvadora nocturnidad, la presencia de ciertos personajes como: el caminante, el niño (cuyo nombre puede ser Helian, Elis o Sebastian[3]), la hermana, el marginado, el viajero, los cuervos, las ratas. Todos ellos a la vez testigos de la atmósfera en que el poeta se hunde y víctimas en el proceso de corrupción general.
El universo poético de Trakl se reviste del color del “hermoso descenso del río azul[…][4]”, de la blanca luna otoñal que brilla en el patio, del “viento helado [que] se plañe en lo negro”, del sitio desolado y pardo donde ha: “penetrado una horrible pestilencia”, “a través de los rojos muros [que] relumbran aún confusas osamentas”, de lo purpúreo y cristalino. 
La muerte siempre presente, llega a la vida de los personajes; a la existencia del muchacho Elis: “Elis, si el jilguero llama en el bosque oscuro, / es tu final/ Tus labios beben el frescor de la azul fuente de la roca[…] Oh, cuánto hace, Elis, que estás muerto”(p. 123), a los soldados, que: “Con cejas destruidas, con los brazos de plata/ la noche hace señales[…]”(p. 125), a Sebastian: “A oscuras por la verde escalinata de verano. Oh suave/ desaparición del jardín en la parda calma del otoño/ perfume y pesadumbre del viejo saúco, / en tanto en la sombra que dejaba Sebastián la voz de plata/ del ángel moría” (p. 138), y es que estos personajes saben que no queda nada más que la muerte, que a su vez acecha los paisajes en Trak. Los cuales se nutren del sentimiento melancólico, del desarraigo, del mal y del tono pesimista característico de su obra.
En la nocturnidad negativa y fría abunda el distanciamiento de un mundo corrupto, asfixiante. La presencia fantasmagórica de lo impreciso e irreal. En “El alma de la vida” ( Seele des Lebens), el poeta envuelto en las sombras del follaje del bosque, percibe tan sólo: “De repente/ una aldea [que] se inclina-parece-fantasmal” (p. 109). La imagen se le vuelve imprecisa, sumada a la presencia de la hermana entre el negro enramado, que sirven de recordatorio, pues: “No tardará en partir el solitario, / quizás un pastor por oscuros senderos” (p. 109). Tanto el poeta como la voz lírica, que admiran la noche buscan borrar así las imágenes pasajeras, llenarse de esa fría nocturnidad que es la vida. 

El alejamiento e interiorización que Trakl transmite en su obra, es pues algo que: “El filósofo alemán M. Heidegger, muy aficionado a la poesía de Trakl,[…] definió también como ‘poesía de la distancia’ (o ‘relegación’, pues la expresión alemana admite esta doble versión). Apartamiento o distancia que se convierte en soledad-único elemento de unión del creador con su creación-e incomunicación”[5] (p. 12). Tema presente en “Suburbios perdidos en el viento” (Vorstadt im Föhn).
En dicho poema, Trakl admira, es un agente reflexivo que a la distancia y con ojos críticos dibuja un típico paisaje citadino, al atardecer. El sitio desolado y pardo, se ha envuelto de una horrible pestilencia. El paisaje se traza desvastado: “ […] Y atruenan el espacio, / las ruedas de un tren, desde aquel puente…/ Gorriones aletean sobre las matas/ y las vallas. Aplastadas cabañas” (p. 115). Todo parece confuso, en movimiento, entre gritos y  agitación. No obstante, vasta para captar la atención del poeta y enfrentarlo ante la escena, un vestido rojo sobre el cual: “el enjambre de niños revolotea” (p. 115). La corrupción, la degradación del  mundo, pronto se le presenta en forma de mujeres cargando en sus cestos las entrañas, de una acequia escupiendo sangre espesa, de suciedad y sarna de las mujeres que salen de la oscuridad.
Gran parte de la obra de Georg Trakl tienda al mutismo, al silencio, a la inevitable pérdida del habla, consecuencia de su incomprensibilidad y oposición con la  participación en un mundo que no parece ser ‘real’ ante sus ojos.
Las ratas, uno de los constantes testigos de Trakl, así pues, son las encargadas de simbolizar la codicia del hombre. En “Las ratas” el paisaje sumergido en un silencio, blanco bajo una luna otoñal y bañado en sombras confusas, pierde el mutismo con la presencia de los roedores, que: “Silbando corren de un lado para otro/ despidiendo tras ellas un vaho horrible/ que las persigue desde la letrina/ y que la luz lunar llena de vibraciones” (p. 111).
En “Los cuervos” la fórmula se repite, la oscuridad y la parduzca calma en la cierva, se interrumpe con la llegada de los cuervos. Las aves, símbolo del mal presagio, se posan: “en torno a una carroña ya husmeada: / y de repente se lanzan al norte, / se alejan, perdidos por los aires/ fúnebre comitiva que sacude/ los aires de un voluptuoso goce” (p. 110). El silencio que trae consigo la oscuridad, la noche, el atardecer,  termina con la llegada de las aves, aunque también encontramos este contraste de ambientes con la aparición de la mujer, del caminante o referencia de la misma guerra. Ésta última como sucede en “Grodek”: “Los bosques otoñales / retumban aún de mortíferas armas[…]” (p. 142). El silencio, por tanto, no sólo es recurrente sino finito. El poeta, el paisaje, el momento, siempre son interrumpidos por la presencia de algo o alguien que llega para mostrar la corrupción, la degradación, la pestilencia y la miseria de la realidad.
Nutrido también del uso reiterado del otoño y del bosque, el mito personal en Trakl, muestra, posiblemente, el énfasis que el poeta realiza sobra la guerra, con ello me refiero a la destrucción de ciudades, metrópolis, etc y la revalorización del campo, bosques, campiñas; lugares de donde realmente provenía el pueblo, la gente, los niños, los “soldados” que muchas veces eran reclutados sin saber a qué o por qué.  
En “Melancolía”, poema que desde el título deja entrever gran parte del pensamiento del poeta, y desde un ‘yo’, dibuja la espera, la llegada de la muerte. El caminante, el hombre que está de paso, siente: “suaves sones de guitarra otoñales[que] se disuelven en el jardín en pardas lejanías[…]” (p. 112). La finitud de la vida es evidente, la voz poética la espera, sabe que ella lo está preparando, y bajo esa sombra azul se irán deslizando: “ los húmedos bucles adolescentes y solares” (p. 112). En “Grodek”, el inicio del poema nos sitúa en un bosque otoñal, y será allí, el campo de batalla donde un gran número de guerreros mueren, en este sentido, podríamos afirmar que parte de la simbología en Trakl une al bosque y al otoño con el tema de la muerte, la guerra y la melancolía que tal pérdida trae consigo.
  En “Grodek” encontramos elementos de su mito personal. La muerte, la corrupción que sufre la naturaleza a consecuencia de los actos del hombre, el silencio en el paisaje en contraposición del eco que proviene de las armas: “ Los bosques otoñales / retumban aún de mortíferas armas; / las llanuras de oro y lagos azules[…] Pero en silencio se acumula al fondo/ de prados formación de nubarrones[…]” (p. 142), la negrura unida al sufrimiento y la sangre: “ la sangre derramada, frío lunar;/ los cauces todos desaguan en negra putridez” (p. 143), el anochecer que conduce a la muerte: “la noche encubre/ a los guerreros que mueren, el violento/ grito que dan sus bocas destrozadas” (p. 142), la corrupción y maldad que implica una Guerra, las imagenes fantasmagóricas que llevan a una impression irreal, casi borrosa: “Va a saludar espectros de heroes, / cabezas aún sangrientas” (p. 143), la figura de los nonatos, o los puros: “ aún violento dolor, el de los nietos/ que siguen aún nonatos” (p. 143), la musicalidad acompañada del tiempo otoñal: “ Suavemente se oye entre cañas otoñales flautas” (p. 143).
Finalmente, Trakl corrompe la hermosura de la naturaleza representada en bosques otoñales y lagos azules con las mortíferas armas. Utiliza el color rojo, bajo el halo de destrucción, de inmimente muerte, sólo para hablar del único fin possible en “Grodek”, la finitud del ser, el ansia de encontrar algo perdido, la búsqueda de una esperanza, tan leve, tan tenue que parece inexistente.
Por todo lo anterior, la poesía para Georg Trakl se convierte en una forma de expiación, purificación, distanciamiento: “El lenguaje del poeta está destinado a ser el ámbito de la salvación en un mundo de excesivos ruidos y atroces discordancias”[1] .
Él ha creado su propios referentes, ha dado a cada una de sus palabras el ritmo y el silencio debido, ningún concepto está dado al azar, las reiteraciones y el manejo de atmósferas hacen en Trakl un poeta de desarrollo y no de transición, su obra se vuelve un todo, fragmentada en diferentes momentos pero cuyo contenido latente se vierte en una intertextualidad necesaria.




[1] íbidem, Minguez, p. 10

[1] José Miguel, Mínguez, “Introducción”, Georg Trakl. Poemas 1906-1914, Icaria Poesía, Barcelona, 2003, p. 7.
[2] Rita, Gnutzman, “Expresionismo”, Teoría de la literatura alemana, Editorial Síntesis, Madrid, 1994, p. 186.
[3]El hombre es unas veces Helian, otras Elis, (en ambos casos el nombre evoca el de helios= el sol), otras veces Sebastian, nombre también revelador, tanto desde la perspectiva cristiana como pagana”. cfr, Mínguez, p.8

[4] ibídem, Mínguez. Todas las citas a cuerpo de texto referentes a los poemas de Georg Trakl serán tomadas desde esta fuente, indicando entre paréntesis el número de página.
[5] íbidem, Minguez, p. 12
 

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